El poder de la mirada

3/27/20252 min read

Me siento delante del folio en blanco con la certeza de que siempre tendré algo que decir. Miro alrededor y observo todo lo que no ocurre, pero intuyo que se está gestando. La vida nos propone lecciones y cuando creemos que las hemos aprendido nos pone a prueba. Y volvemos a caer. En los mismos miedos, los mismos errores, las mismas expectativas, las mismas ganas de sentirnos aceptados o elegidos. Y la caída es incluso más dolorosa. Y más necesaria.

No soy partidaria de romantizar el dolor, pero lo cierto es que a mí me hace tocar tierra y resurgir de las cenizas. A veces hay que sentirlo. Las heridas sangran tanto tiempo como nos neguemos a cerrarlas. Y es que sin puntos de sutura no hay nada que cicatrice. Y hay que ver lo que nos cuesta poner esos puntos.

Hoy vengo a hablar del rechazo. Una de las heridas que a mí más me palpita. Pero sé que es bastante común y mal de muchos consuelo de... Pues no sé de quien, pero mío no. Así que aquí estoy yo con mis latidos pulsando el teclado para poner en palabras lo que siento.

Que somos seres sociales y que generación tras generación hemos aprendido que la aceptación del otro nos garantiza la pertenencia y con ello la seguridad y la supervivencia pues ya lo sabemos. Y que aunque seamos conscientes de que arrastramos esta creencia seguimos empeñados en buscarla también. Y no importa de qué estamos hablando. Muchas veces necesitamos la calidez de la mirada ajena para reconfirmar aquello que ya sabemos que valemos.

He experimentado muchas veces, muchas más de las que me gustaría, esa necesidad de aceptación. Y hace mucho tiempo me adaptaba como un camaleón a mi entorno. No quería desentonar. No quería dar problemas. Pensaba que si le hacía la vida más fácil a los demás me querrían más por ello. Que error más grande. Y qué jaula más estrecha. Uno no es totalmente aceptado -por sí mismo- hasta que se deja ser.

Lucho a diario contra el miedo al rechazo -incluso al mío propio-. A veces creo que he ganado la batalla. Y entonces me susurra al oído cosas que despiertan a mi niña interior y vuelve a dolerme. El rechazo no sería nada si no le diera a la otra persona la posibilidad de definir mi valor. Lo curioso es la cantidad de veces que he otorgado este poder a personas que no me conocían. Contradictorio sí, como la vida a veces, pues también.

La relación entre búsqueda activa y miedo al rechazo me hipnotiza. Sin un objetivo no hay miedo. Si la decisión del otro no supusiera un fuerte impacto en nosotros tampoco lo habría. Si de ello no dependiese cubrir nuestras carencias -y no estoy hablando de amor, ni de trabajo, ni de amistad, sino de todo ello- otra historia sería. Y aquí está el kit de la cuestión. Que necesitamos de los demás. Y cuanto antes lo aceptemos mucho mejor. Pero... ¿Cómo hago entonces para separar mi valor de la mirada ajena? Entendiendo e integrando que su mirada nunca va a tener más valor para mí que la mía propia.

Solo me queda entonces... mirarme bien ;)

¿Y yú? ¿Cómo te miras?