Latidos solapados
Vicky Palm
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A veces tengo la sensación de que mis latidos se solapan. Y es que es difícil sentir a un ritmo constante, sin acelerones ni frenazos, sin latidos extra que te despierten y te hagan replantearte si estás caminando en la dirección adecuada. Porque aunque nuestro corazón esté diseñado para adaptarse a las necesidades de nuestro cuerpo, no siempre lo hace como debería.
Por si fuera poco la mente también quiere participar en el juego y mantener un control que cree que le corresponde, pero al que late esto no le acaba de gustar. Y así andamos por la vida, entre señales descontroladas que nos hacen latir como no toca y cerebros que juegan a ser policías en un cuerpo donde no hay lugar para el delito.
Muchas personas opinan que en mi caso suele ganar el señor gris, y yo creo que tienen razón porque es más fuerte y no duele tanto. Quizá sea porque lo ejercito —en exceso—. Pero lo cierto es que mi corazón pelea con fuerza aunque pierda la batalla. Y se hieren. Y me duelen.
Hay tantas decisiones que tomar en la vida como latidos perdidos cada vez que rechazamos una de las opciones. Y no estoy hablando de amor. O no solo de eso.
Me encantaría tener unas palas y darle un choque cada vez que se atasca donde no toca, donde no es, donde no va a recibir aquello que le va a hacer feliz. Ojalá fuera tan fácil. O quizá no sea tan difícil y solo sea cuestión de escuchar las palabras adecuadas para que todo haga clic y se produzca ese RESET que lo recoloque todo y lo devuelva a la normalidad, si es que esta existe...